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miércoles, 3 de noviembre de 2010

Capitalismo en nombre de Dios

Capitalismo en nombre de Dios.-
Por: Harrys Velásquez

El Capitalismo es un sistema de organización económica de la vida en sociedad, que deviene de la organización estamentaria de los reinos y las monarquías. De acuerdo a Weber[1], el capitalismo ha estado de manera empírica desde la antigüedad en muchos lugares como: La India, China, Babilonia, Egipto. Sin embargo, sólo en los países desarrollados de Europa occidental como Francia, Inglaterra, Alemania, los países bajos, y en los Estados Unidos se ha desarrolló un “cultivo sistematizado y racional de las especialidades científicas”. (Weber, 2004, pág. 4) Sólo en occidente se había forjado la enseñanza especializada, fundamento del Estado y la economía moderna. De igual modo la organización estamentaria de las corporaciones políticas y sociales establecen parlamentos o asambleas que representaban al pueblo, elegidos con periodicidad y con líderes que gobiernan en calidad de Ministros. Así mismo el Estado es una organización política en base a una constitución establecida y un Derecho instituido, administrado por funcionarios especializados que se conducen por reglas positivas denominadas leyes.
Siguiendo a Weber, “tanto el deseo de lucro y la tendencia de enriquecerse monetariamente hasta el máximo” (Weber, 2004), no guarda relación con el capitalismo avanzado y racional, más bien son tendencias que se encuentran en estratos sociales como los son: los camareros, los médicos, los cocheros, los artistas, las mujeres mundanas, los ladrones o los cruzados. El capitalismo, continúa diciendo Weber, es contrario a la ambición, “aunque sea sin límites”. Al capitalismo hay que considerarlo como la moderación racional del instinto desmedido del lucro. Es verdad que se identifica al capitalismo con el deseo de ganancia, pero debe ser lograda a base de trabajo capitalista racional, y con una ganancia siempre renovada en la rentabilidad legítima.
La economía capitalista es un acto que se apoya en la expectativa de una ganancia “producto del juego de recíprocas posibilidades de cambio” (Weber, 2004, pág. 6), es decir, en las tradicionales posibilidades pacíficas de lucrarse. Al desear racionalmente el lucro, la actividad se basa en un cálculo del capital necesario para llevar a cabo una empresa determinada, con el fin de producir ganancias, es decir, que se pueda aumentar el capital sin llegar a interferir con el desenvolvimiento normal de la empresa.
Lo determinante es que el cálculo realizado con el capital al iniciarse la empresa, debe ser elaborado un presupuesto de inversiones, seguido de cálculos necesarios que le ayuden a enfrentar los imprevistos y controlen la inversión inicial, y finalmente proceder a la liquidación que es lo que fija lo obtenido en la ganancia. El presupuesto inicial determina el valor monetario de los bienes entregados y su liquidación sería el valor estimativo último, en el cual se basará la repartición de las pérdidas y las ganancias, y finalmente de manera racional los inversionistas harán nuevamente el cálculo para un nuevo ciclo productivo.
Debemos destacar que Weber reconocía otro tipo de “capitalismo aventurero”, que no tenía forma racional de lograr la ganancia, sino que más bien lo hacía de forma violenta generalmente a través de la guerra y la dominación de otros pueblos, el lucro se fundamentaba en la explotación de los subordinados y la explotación de su trabajo. Ahora bien, la organización racional moderna del capitalismo Europeo no se hubiese logrado sin la bifurcación de la economía doméstica y la industria, lo que trajo consigo la contabilidad racional.
El pensamiento tradicional consideraba que la abundancia tenía por sí sola un enorme riesgo, ya que “los impulsos que inducen a obtenerla son continuos” (Weber, 2004, pág. 93). Para la moral tradicional era completamente censurable la satisfacción que produce la riqueza y el goce de los bienes porque no guardaban relación con la Voluntad de Dios.
La voluntad de Dios revelada por El, es que la ociosidad y el placer no son válidos para acrecentar su gloria, por el contrario, son las obras las que lo glorifican y en consecuencia el más importante de todos los pecados es el derroche del tiempo, considerando la breve existencia del hombre en la vida. Desperdiciar el tiempo en la vida social, en la opulencia, “inclusive, entregándose al sueño por más tiempo del que requiere la salud corporal, esto es seis a ocho horas, a lo sumo” (Weber, 2004, pág. 93),es totalmente reprochable desde el punto de vista moral.
Benjamín Franklin, considerado como uno de los padres fundadores de los Estados Unidos, delimitó “el Espíritu del Capitalismo” de la siguiente manera: El tiempo es dinero, el valor del tiempo es ilimitado, una hora desperdiciada equivale a una hora sustraída a la labor de glorificación a Dios. Desde este punto de vista es censurable la acción contemplativa porque para eso ya se había establecido el séptimo día para la contemplación.
Desde el punto de vista ascético la relación sexual era lícita solo bajo la institución del matrimonio. Este era el medio de acrecentar la gloria a Dios porque su mandato fue “crecer y multiplicaos” (Weber, 2004, pág. 94). Ante la tentación sexual y la ansiedad religiosa se recomendaba obrar de la siguiente manera: dieta moderada, alimentación vegetariana, baños fríos: pero, en especial, esta máxima: “trabajar tenazmente en la profesión” (Weber, 2004).
El trabajo es básicamente una finalidad vital de la existencia, por la voluntad de Dios. “responde al principio paulino de: aquel que no trabajó no come” (Weber, 2004), aplicable a todos por igual hasta los que no tuvieran necesidad de trabajar para alimentarse. La concepción medieval consideraba el principio del trabajo como el de la razón natural, con el fin de mantener la vida del hombre individual y socialmente, pero al no existir ataduras morales, el principio deja de ser válido. El que posea riquezas suficientes para vivir sin trabajar, no tiene obligación de cumplir el precepto.
La Reforma Protestante iniciada por Lutero, consideró el problema del individuo en la profesión concedida conforme a circunstancias históricas, era el resultado de la voluntad de Dios. En base a este concepto puritano de la profesión surgió una nueva tonalidad. El hombre que no cuente con una profesión estable, cualquier trabajo que realice será accidental y fugaz, destinando así el tiempo más bien a la ociosidad que al trabajo.
Para determinar hasta donde una profesión es provechosa o complaciente para Dios, hay que considerar primero los criterios éticos, después la magnitud del beneficio comunitario y por último el beneficio económico individual. Se está permitiendo enriquecerse, pero es para usar la riqueza para la sensualidad y los pecados, sino para la gloria de Dios. La opulencia sólo es condenable cuando induce a la holgazanería corrupta y los placeres sensuales de la vida, enriquecerse es malo solo cuando produce una vida indiferente con la comunidad y confortable individualmente. El disfrute licencioso de la vida, distante del trabajo profesional, así como también la religiosidad contemplativa, o la asidua concurrencia del hombre común al baile y a los bares, eran todo lo contrario y antagónico con el ascetismo racional capitalista.

Fuentes bibliográficas
Weber, M. (2004). La Ética Protestante Y El Espíritu Del Capitalismo. México: Premiá Editora de Libros, S.A.

PENSANDO LATINOAMERICANO



[1] Autor de La Ética Protestante y EL Espíritu del Capitalismo.

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