“La guerra es de vital importancia para el Estado; es el dominio de
la vida o de la muerte, el camino hacia la supervivencia o la pérdida
del Imperio: es forzoso manejarla bien”. No es una frase del frustrado
aspirante a César del siglo XXI, George W. Bush, pero lo parece. Fue
escrita hace cerca de 2.500 años, por el clásico chino Sun Tzu, en El
arte de la guerra. Aquel gran autor militar hablaba también del engaño
como elemento fundamental en un conflicto bélico.
Bush junior parece haber leído e inspirado especialmente en esa
parte. Es verdad que de las políticas de varios de sus predecesores,
empezando por Woodrow Wilson en 1916, tenía bastante para aprender en
relación al engaño, a la propaganda de guerra, a cómo se prepara a una
población, y más aún, a una opinión mundial, para llegar a ver la guerra
contra un determinado país como “inevitable”. Él lo tenía más fácil que
nadie, en su propio hogar le podían decir cómo hacerlo, ya que sólo 13
años antes, en 1990, lo había hecho su propio padre, George Bush senior,
y en el mismo escenario, en Iraq. La llamada Guerra del Golfo, la
primera contra Sadam Husein, fue precedida, al igual que la que la
segunda, de una meticulosamente preparada ola de mentiras (ver
recuadro).
Sadam Husein, el hombre al que visitaba en 1983 en Bagdad Donald
Rumsfeld, entonces enviado especial de Ronald Reagan; el hombre al que
se financió y armó para que declarara la guerra contra la naciente
república islámica iraní, había demostrado su incapacidad para ocupar el
rol que EE UU necesitaba en la zona y había que acabar con él y
desmontar su poder. Toda mentira era válida para ello. Una gran
operación mediática se puso en marcha.
Las agencias de noticias escupían decenas de teletipos por hora,
repetidos por las grandes cadenas de TV estadounidenses y de todo el
mundo, con alarmistas declaraciones de altos cargos del Pentágono que
vaticinaban que si no se actuaba con rapidez, Sadam sería imparable. Con
ese bombardeo mediático en el que no se escatimaron gastos ni falsos
testigos ni fotografías obtenidas por satélites militares manipuladas,
decenas de países secundaron a EE UU y Reino Unido para armar la más
poderosa coalición militar vista desde la II Guerra Mundial.
Cientos de miles de muertos después, y tras dejar el hasta entonces
desarrollado Iraq devastado, las tropas de EE UU y sus aliados se
retiraron, al no encontrar una alternativa para sustituir a Sadam
Husein, no sin dejar de someter a Iraq a un cruel embargo durante los 12
años siguientes… hasta enlazar con la nueva guerra, en 2003.
El 11-S daría una nueva oportunidad a los Bush para hacerse con el
control de uno de los productores de petróleo más importantes del mundo.
George W. Bush junior estaba tan obsesionado por terminar la faena que
había dejado inconclusa su padre que en su primera rueda de prensa al
asumir el poder en 2001 arremetió contra Iraq. Y tras el 11-S se sacaría
de la manga “nuevas pruebas” que ligaban a Sadam con al- Qaeda y con
mortíferas armas de destrucción masiva.
Desde dentro de la Casa Blanca En su libro Plan de Ataque, el
periodista del Washington Post Bob Woodward relata un encuentro entre
George Bush junior y Donald Rumsfeld el 21 de noviembre de 2001, sólo un
mes y medio después de haberse iniciado la guerra contra Afganistán, en
el que el presidente reclamó a su secretario de Estado que actualizara
el plan de ataque contra Iraq. A partir de ese momento se ponía en
marcha el complejo plan militar, compuesto por múltiples elementos
militares, logísticos, económicos, políticos y diplomáticos, mientras se
preparaba una gran maquinaria mediática para poder ablandar
progresivamente el terreno, en espera del momento oportuno para iniciar
la guerra.
En 2008, el ex portavoz de la Casa Blanca Scott McClellan, publicaba a
su vez el libro Lo que ocurrió en la Casa Blanca de Bush y la cultura
de engaño de Washington, en el que aseguraba que “por el verano de 2002,
los asesores de Bush lanzaron una campaña cuidadosamente orquestada
para promover agresivamente la guerra”. “En una época de campaña
permanente, todo se basó en un intento de manipulación de las fuentes de
opinión pública para ventaja del presidente”, según McClellan.
La suerte de Sadam ya estaba echada, aunque la guerra no se iniciaría
hasta un año y cuatro meses más tarde. Paralelamente a la comisión de
la verdad que investiga actualmente en Londres el papel del Reino Unido
en la guerra, en Holanda una comisión similar reconoció en enero pasado
que la decisión de secundar a EEUU y Reino Unido “se tomó en los
despachos del Ministerio de Asuntos Exteriores ya en 2002″ y que a
partir de entonces sólo se difundieron las informaciones de los
servicios secretos que justifican esa operación contra Bagdad. En 2003
Holanda aportó 1.100 soldados a la guerra.
El sitio web de The Center for Public Integrity (www.publicintegrity. org)
publicó en 2008 una minuciosa relación de las mentiras probadas en
relación a Iraq dichas por George W. Bush y siete de los más altos
cargos de su Administración, entre ellos, Dick Cheney, Donald Rumsfeld,
Condoleezza Rice o el falso ‘paloma’ Colin Powell, desde poco después
del 11-S hasta bien entrada la guerra. Y recogieron nada menos que 935
mentiras. En este trabajo recopilatorio se detalla, por ejemplo, que
Bush hizo a sabiendas 232 declaraciones falsas sobre las armas de
destrucción masiva y otras 28 sobre las supuestas relaciones de Iraq con
al-Qaeda. La construcción de una poderosa bomba nuclear por parte de
Sadam era algo inminente, aseguraban diariamente portavoces del
Pentágono, del Departamento de Estado y la Casa Blanca, aseveraciones
que eran repetidas sin matiz alguno por Tony Blair, José María Aznar y
el resto de cómplices.
En septiembre de 2002 el Congreso aprobaba por amplia mayoría el uso
de la fuerza contra Iraq. De nada valían los informes sobre el terreno
de los cientos de expertos de la ONU dirigidos por Hans Blix, en los que
se aseguraba que Iraq no contaba con la capacidad armamentística que se
le adjudicaba, que gran parte de su arsenal había sido destruido en la
Guerra del Golfo y que los constantes controles a los que era sometido
imposibilitaban el desarrollo de armas de destrucción masiva.
EE UU y Reino Unido, bendecidos por sus amigos de las Azores,
iniciaron los demoledores bombardeos contra Iraq el 20 de marzo de 2003.
Todas las mentiras posteriores que urdieron para asegurar que se habían
encontrado restos de armas de destrucción masiva se cayeron
rápidamente. El mundo entero tomaba conciencia del gran engaño, de cómo
nuevamente Estados Unidos, junto a muchos cómplices, volvían a demoler
un país justificándolo en una falsa terrible amenaza contra la
humanidad.
En Estados Unidos son innumerables los datos aparecidos en los
últimos años en los que se prueba de manera irrefutable cómo los
servicios de inteligencia facilitaron pruebas y acusaciones falsas a la
carta a la Administración Bush, para que esta pudiera dar fuerza a sus
declaraciones alarmistas y con ellas justificar la inevitable guerra.
Sin embargo, ninguna de esas informaciones han obtenido una cobertura
mediática semejante a las que tuvieron las mentiras vertidas en su
momento que conmovieron al mundo.
¿Qué interés tiene eso ahora?, se preguntan los directores de los
medios, relegando esas informaciones a un secundarísimo plano, para
regocijo de los responsables de esos crímenes, envueltos en su cálido
manto de impunidad.
21 DE NOV. 2001 Un mes y medio después de iniciarse la guerra contra Afganistán, la administración de Bush actualiza el plan de ataque contra el Iraq de Sadam Husein. Se pone en marcha la maquinaria de guerra.
23 DE JULIO DE 2002 Reunión del gabinete Blair. Se discute en términos confidenciales la estrategia para vender la invasión a la opinión pública sobre la base de las armas de destrucción masiva, sin mencionar directamente el cambio de régimen, que no estaba contemplada por las leyes internacionales.
VERANO DE 2002 Los asesores de Bush lanzan una campaña para convencer a la opinión pública. En septiembre de 2002, el Congreso aprueba por amplia mayoría el uso de la fuerza contra Iraq. Los informes dirigidos por Hans Blix son ignorados por completo.
22 DE FEBRERO 2003 Reunión entre Bush y Aznar en el rancho de Crawfod, Tejas. Durante una larga conversación privada, Bush dejó claro que había llegado el momento de deshacerse de Sadam: “En dos semanas estaremos militarmente listos. Estaremos en Bagdad a finales de marzo”.
16 DE MARZO DEL 2003. Reunión de las Azores entre los máximos mandatarios de EE UU, Reino Unido, España y Portugal, para lanzar el último aviso a Iraq (pese a que la invasión estaba decidida dos años antes) y fijar la fecha del inicio del ataque aéreo a Bagdad.
20 MARZO DE 2003 Inicio de la guerra de Iraq. Los efectos: según el Ministerio de Salud iraquí, 151.000 muertes violentas de 400.000 muertes debidas a la guerra. Según el periódico Lancet, 601.027 muertes violentas. Según Opinion Research Business, un millón de muertes violentas por el conflicto.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario